La comunidad es un término que ha estado en debate por mucho tiempo, según el grado de implicación en el tema de la ciencia o disciplina que lo estudie, así según el ojo del observador la comunidad cobra interés en sus postulados, sin embargo todos estamos inmersos en alguna comunidad con un grado distinto de implicación.
Tradicionalmente la comunidad ha hecho referencia a un espacio geográfico, con una visión territorial en que se entiende que “nacer en la misma tierra” da por hecho una alianza originaria con ésta y con quienes en ella nacieron. Esta visión tiene un sentido más tradicional y hace voltear a las comunidades originarias como aquellas vinculadas al territorio o en su caso a las comunidades campesinas, de nuevo, en su sentido más tradicional.
Pero las comunidades campesinas mantienen un constante flujo de personas debido a migración, a la búsqueda de oportunidades laborales, escolares y al desplazamiento forzado ligado a la violencia o por megaproyectos de desarrollo, como por ejemplo la construcción de presas.
La comunidad ligada sólo al lugar donde se nace no genera necesariamente relaciones de seguridad, ni logran dar cohesión a sus integrantes, el ejemplo claro es la vida urbana.
Las ciudades siguen creciendo y observamos cómo es que las localidades cercanas a ellas son integradas “a la fuerza” por la expansión territorial de las ciudades. Las ciudades entonces se integran en una reunión de municipios metropolitanos en los que se conjugan diversos actores, fuerzas sociales y políticas, geografías, modos de producción, etc.
La otra visión con la que se ha estudiado a la comunidad es en su sentido relacional, es decir basada en las relaciones interpersonales y en el sentido de pertenencia resultante independientemente de la distancia geográfica entre sus miembros. Es decir que se puede generar comunidad sin la necesidad de un encuentro cara a cara, ni compartir un espacio común.
Las comunidades religiosas, las asociaciones profesionales y en general aquellas que buscan dotar de identidad a un grupo han apostado en todo momento por esta forma de generar comunidad. El trabajo en redes permite por lo tanto salir de nivel localista de la comunidad a un nivel identitario que apuesta más al compromiso en el grupo ya que este representa posibilidades de cubrir necesidades y valora los aportes de quienes pertenecen a él.
En este sentido pobladores y organizaciones de campo y ciudad y distintitos espacios geográficos pueden generar comunidad sin que necesariamente mantengan interacción física continua.
La agricultura urbana combina algunos elementos: la posibilidad de abastecerse de los propios alimentos, la posibilidad aportar el desarrollo identitario del grupo, el hecho de poder hacer aportes específicos (como la propia cosecha o la cosecha en grupo) y la certeza de que cada aporte por minino que se parezca, abona a la construcción y fortalecimiento de una esfera más grande.