
Hoy en día difícilmente se puede negar las ideas de interdisciplinariedad. Se sabe que una sola ciencia (ya sea que enfatice la teoría o su aplicación en un campo de conocimiento) no podría agotar todas las aristas de los problemas que llamamos sociales. Pero cierto es que las universidades siguen formando en una disciplina, así que cada nuevo egresado de un programa académico es portador de una particular forma de asirse de “la realidad” o de acercarse a ella, con un bagaje teórico y metodológico singular. Más aún en las ciencias sociales, donde la pluralidad de enfoques permite ver un abanico de complejidad mayor.
Por supuesto que la psicología no esta exenta para nada de esta situación. Un escenario frecuente del psicólogo que decide hacer psicología social o al menos aquella llamada: comunitaria, es aquel en que tendrá que poner en práctica ese bagaje de saberes junto con otros profesionales de las ciencias sociales para llegar a algún punto cercano de la multidisciplina, interdisciplina o transdiciplina, según sea que logre irrumpir o explorar en otras fronteras de conocimiento. Debo decir también que al llamar profesionales no puedo acotar sólo en aquellos casos en que hay previa una formación universitaria, me refiero además a lideres sociales, personas activas de la sociedad civil organizada, extensionistas y otros tantos que hacen del trabajo comunitario su profesión.
Varias vetas de abordaje se van entonces descubriendo o mejor dicho, el psicólogo en particular se encuentra con ellas. ¿Qué hacer entonces en el trabajo comunitario? El trabajo social, la sociología, la antropología, la geografía social, entre otras disciplinas encuentran en la comunidad espacios en los que su formación puede tener aplicación especializada. El momento de poner a dialogar su conocimiento con otros saberes, en lo cual incluyo al saber popular, pone a prueba la primer posibilidad de aportar al desarrollo de la propia práctica psicológica y al mismo desarrollo social.
Cuando el psicólogo social entra en diálogo con otros profesionales que deciden abordar el trabajo comunitario, se encuentra con que comparte su objeto de estudio: la comunidad, y poder definir a ésta marca en gran medida su quehacer con la misma o en la misma. Tendrá que plantearse entonces la comunidad no sólo como extensión territorial más o menos delimitada, sino que habrá que ir más allá y definirla en términos de dinámicas sociales, prácticas concretas y actores específicos. Otro momento es relevante para el psicólogo social, pues ahora que ha identificado una comunidad tendrá que marcar distancia con la misma. Si se considera parte de ella, su actuar entonces estará ligado a metodologías cercanas a la acción participante o una práctica militante, si se considera fuera de ellas, su tarea se encontrará identificada con metodologías que le permitan demarcar más su rol en la comunidad.
El psicólogo social tendrá que definir cual en su posición personal en relación a la comunidad elegida, estar “con”, “para”, “en”, “desde”, la comunidad hace también una referencia de su quehacer. Un posicionamiento profesional y político. Las referencias latinoamericanas obligadas de Maritza Montero, Martin Baró, Eneiza Hernandez entre otros tantos psicólogos que han abordado ampliamente estos temas, llevan a la reflexión del quehacer y han inspirando sin duda a ya varias generaciones de psicólogos.
Algo similar pudiera decirse del aparato metodológico que el psicólogo social utiliza ya que también se comparte con otras profesiones afines. Clarisa Ramos (Ramos Feijóo 2000), hablando desde el trabajo social, comenta que los aportes pioneros de esta profesión han dejado el protagonismo a la psicología comunitaria olvidando por completo el acervo propio de su profesión. Pero el aparto metodológico utilizado se comparte con antropólogos, sociólogos y otros ya mencionados. Algunos como Clemencia Castro (Castro 1993) hablan incluso de que no es necesario nombrar Psicología Social Comunitaria (con mayúsculas) si no que sería más propio hablar de psicología y procesos comunitarios para referirse a los aportes de la psicología en las comunidades.
En el terreno práctico del trabajo comunitario es tan frecuente encontrarse sociólogos haciendo antropología y sosteniendo que hacen sociología, como frecuente encontrarse psicólogos haciendo trabajo social y argumentando que hacen psicología, quiero decir entonces que no se trata sólo de categorías analíticas, métodos y técnicas, la llamada realidad social obliga a todos aquellos interesados en el trabajo comunitario a acercarse a otras formas de conocer y de intervenir.
¿Qué razones tendría un psicólogo social para irrumpir en la dinámica de una comunidad? Posiblemente esto iría desde los deseos e intereses personales hasta los objetivos planteados por alguna organización o institución.
Si el psicólogo social llegara desde fuera de la comunidad a iniciar o continuar un proceso social en el marco de una institución, tendría que estar claro en principio que cada institución tiene una carga valorativa que la comunidad le asigna. De entrada la comunidad tiene expectativa al momento de recibirlo.
Por otro lado, la institución tiene expectativas al colocarlo frente a la localidad. Es que cada institución tiene objetivos específicos a realizar con las comunidades y sí, ciertamente hablamos de intervención en el sentido de irrumpir en lugares en donde incluso no han sido llamadas.
Tres intereses están en diálogo: los del psicólogo social, los de la institución que lo lleva frente a la comunidad y los de la comunidad. Sin dejar de ver que la misma comunidad no es un bloque que aglutina en una unidad de intereses a todos los que en ella se encuentran.
La institución buscará el camino de la normatividad, de asegurar los “modos adecuados” de participar, de organizarse. Parece una lógica de “ir a ordenar lo que esta desordenado”. Es decir una visión moderna de las estructuras sociales, donde la participación se centra en el ejercicio ciudadano. Para eso entonces es necesario mandar a alguien de fuera, en este caso al psicólogo que nos hemos referido.
Las comunidades que se organizan y logran identificar objetivos comunes y proyectos de vida compartidos, posiblemente vallan en dirección contraria, hacia métodos mas ligados a la tradición y muchas de las veces contrario a lo que los programas sociales ofrecen. Una lógica de “llegar a desordenar lo que está ordenado” en el sentido de que las propuestas que se les ofrecen no aporta a solucionar problemas viejos.
Así las instituciones en su operación de programas tienen límites estructurales que delimitan los márgenes en que el psicólogo comunitario debería moverse.
El psicólogo, que es quien se encuentra frente a las comunidades representando a la institución, tiene entonces que saber “leer” el contexto social en que se encuentra inmerso. Pero no todas las instituciones que tienen trabajo en comunidades tienen una visión de desarrollo social, si no de asistencia social.
Programas derivados de las instituciones de desarrollo social no hacen necesariamente trabajo comunitario con este enfoque, al mirar la forma en que los programas se operan es muy probable que se encuentre que los programas llegan con ideas preconcebidas de lo que debería ser el desarrollo, entonces quien los opera, (muchas veces los psicólogos) tienen la tarea de convencer a las comunidades de que “era lo que necesitaban” o al menos eso se espera de él.
Entonces ahora un dilema ético, ¿debe el psicólogo prestar sus saberes para legitimar prácticas que la institución aprueba, aun siendo contrarias a lo que las comunidades demandan? De entrada la respuesta es: no.
En un contexto institucional que prioriza sus objetivos, ya sea por considerarlos adecuados o por favorecer los de algunos actores o grupos en particular, es posible encontrar un margen de acción suficiente para que el psicólogo social lleve a cabo acciones tendientes al desarrollo social.
Parafraseando a González Aguirre, el desarrollo social tiene que ver con crear condiciones de posibilidad para transitar de un punto A, a un punto B, pensando siempre que B, será mejor que A. no siempre habrá un camino lineal entre el punto de origen de una comunidad y punto de llegada de la misma, pero el psicólogo social tiene una formación suficiente para ayudar a crear estas condiciones de posibilidad, entendiendo desde dónde se parte en la comunidad y a dónde se encuentra el punto de llegada que la misma comunidad busca, es decir, su proyecto de vida colectivo (D’ Angelo Hernández 2000).
Norman Long, llama a esto capacidad de agencia, refiriéndose a la capacidad de ordenar y sistematizar la experiencia, tomar decisiones y actuar en consecuencia (Long 2007) Todos somos entonces agentes de desarrollo en una arena social: la comunidad, en donde al encontrarse una multiplicidad de formas de concebir la vida social, de intereses y de formas de actuar, se da un choque o interface donde cada uno encuentra su particular forma de aportar al desarrollo y de la cual se hará responsable, si decide mantener su capacidad de agencia y no conformarse con ser un sujeto, con todo lo que esto implica.
Siendo todos agente de desarrollo ¿Por qué un psicólogo social en las comunidades? En el entramado contexto social de las comunidades y las instituciones que las abordan, el psicólogo social puede aportar a ver un problema o necesidad social y nombrarlo, es decir llevarlo de la subjetividad en individual a la subjetividad social, problematizarlo de tal manera que aporta a formar un proyecto de vida común.
En toda organización social, es invariable la presencia de conflictos, los aportes a la educación para la paz o para el conflicto también son importantes, el psicólogo también es visto como un mediador de conflictos. El tema educativo no se escapa de lo que el psicólogo social puede desarrollar, desde la educación formal o informal, la educación popular ya a marcado camino es esto. Reconocer y fomentar liderazgos locales, que ha sido tema muy tratado por los psicólogos, al igual que todo lo relacionado al sentido de comunidad, como los procesos de filiación y membresía, también son aportes de la psicología social al trabajo comunitario.
Pero es complicado que en las instituciones se soliciten psicólogos sociales, se busca profesionales que puedan desarrollar estas áreas, aún sin saber en muchos de los casos como nombrarlas.
Es necesario que el psicólogo no olvide otra comunidad, la de aquellos que hacen trabajo a nivel social y específicamente al desarrollo de la psicología comunitaria.
Rodrigo Rodríguez
Junio 2012
Castro, M. C. (1993). La psicología, los procesos comunitarios y la interdisciplinariedad. Guadalajara, México, Universidad de Guadalajara.
D’ Angelo Hernández, O. S. (2000). «Proyecto de vida como categoria basica de interpretacion de la identidad individual y social.» Revista Cubana de Psicología 17: 270-275.
Long, N. (2007). Sociología del desarrollo: una perspectiva centrada en el actor. San Luis, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
Ramos Feijóo, C. (2000). «Enfoque comunitario, modernidad y postmodernidad. El trabajo social con la comunidad en tiempos de la globalización » Alternativas: Cuadernos de trabajo social 8: 185-0204.