Sucedieron un par de cosas interesantes al final y principio de año. En la celebración de año nuevo, tuve la posibilidad de compartir la mesa y la charla con un grupo de médicos que estaban por dejar su vida profesional activa. Ya entrados en el calor de la conversación reflexionaban acerca de su práctica en la medicina y de esa “medicina científica” que habían profesado. De los seis médicos presentes ninguno podía sostener la idea que la medicina alopática era mejor sobre otras medicinas. Al final de sus carreras profesionales unos habían virado a la homeopatía (aunque seguían combinándola con la alopatía), otros hablaban de la medicina preventiva y otros de la medicina social, a pesar de todo se caía en un punto en común: La medicina ve a la enfermedad como su enemiga.
Varios días después (y muchos kilómetros de distancia), el tema volvió a relucir en una conversación con dos grandes amigas, ambas alejadas de la medicina. Lentamente el tema de la aplicación que las ciencias sociales deberían de tener en lo que algunos llamarían “patologías sociales”, es decir de la trascendencia de entender, explicar e intervenir con grupos sociales, fue virando a lo que algunas ciencias aportaban al desarrollo social. Inevitablemente mi formación como psicólogo surgió y termine hablando sobre un libro que creía olvidado y extraviado.
La enfermedad como camino, se llama el libro. No es un texto nuevo, hace ya casi 20 años que se editara su traducción al castellano. Yo leía en aquel entonces la séptima edición. El planteamiento del autor sí era para mí interesante y novedoso, puesto que muestra de una manera distinta a la enfermedad, “la enfermedad nos hace sinceros” dirá. Este texto niega que existan enfermedades, solo existe “La enfermedad” y diversos síntomas. En todo caso estaríamos confundiendo los síntomas con “enfermedades”. La enfermedad no es algo ajeno al ser humano contra lo que hay que luchar, ya que el hombre es en sí un ser enfermo, incompleto. El hombre ha hecho una apuesta exagerada en el YO, es fundamentalmente egocéntrico, olvidando que nace de la unidad y que los planteamientos polares acentúan su ser fragmentado.
Texto fácil de leer más no de asimilar, de hecho la invitación no es a devorarlo, sino a paladearlo como se haría con un platillo nuevo, mirar en él lo que pudiera ser trascendente y sentir con todo el Ser la manera en que confronta nuestra relación con nosotros mismos y con la unidad.
La advertencia que el mismo libro hace no es por demás, no es un texto científico en el plano más tradicional del término, no es un libro de consulta y mucho menos para realizar diagnósticos, el libro busca una manera de entender al ser humano a través del tema de la enfermedad.
Es osado en tanto que busca llevar al plano de la conciencia lo que en el cuerpo se manifiesta, lanza a manera de preguntas algunas líneas para que cada cual interprete los síntomas en un plano social, psicológico y espiritual. Una invitación constante a pensar en la “rigidez del soldado”, en el “cáncer social”, en la “cercanía que las tecnologías de la información y la comunicación nos brindan” y que paradójicamente nos alejan del “nosotros” que puede tocarse, para encerrarse en el Ego que no puede guardar secretos y piensa en voz alta.
Un buen pretexto para el lector, para detenerse a re- interpretarse y re- plantearse la manera en cómo se relaciona con él mismo y con los otros, con la unidad.
Seguramente, este camino no es ajeno a los que otras medicinas plantean, pero si complementa la voz única (y por tanto como toda voz única hay que dudar un poco de ella), que la medicina, la ciencia en sí, y el peso desmedido en la racionalidad y el “progreso por el progreso” imponen.
El libro me volvió a atrapar y obligadamente me llevó entre líneas a pensar en ese otro camino, el de la sombra y la enfermedad que por negada no deja de existir.
Nota: Reflexiones a partir de la lectura de:
La enfermedad como camino. Un método para el descubrimiento profundo de las enfermedades. Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke. 1999. 7° Edicion. Plaza y Janés.